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Reflexión sobre “The National Anthem” (Black Mirror, 2011)

  • Writer: marisol_jmz
    marisol_jmz
  • Jul 22, 2020
  • 4 min read

Los datos que compartimos en internet pueden quedarse guardados para siempre y tienen consecuencias.

Internet ha revolucionado muchos ámbitos de nuestra vida y especialmente aquellos relacionados con la forma de informarnos y comunicarnos. Lo utilizamos para casi todo. Durante los últimos años hemos aprendido a coexistir como una sociedad analógica y una digital, pero sin instrucciones para adentrarnos al infinito de posibilidades que hay en el mundo virtual.

The National Anthem nos plantea que no hay reglas y que el contenido que subimos al ciberespacio nos puede comprometer irreparablemente. Por ello, en varias ocasiones tenemos que improvisar para encontrar una solución.

Este es el caso al que se enfrenta el protagonista del episodio 1 de la primera temporada de la serie Black Mirror al tener que decidir qué vale más ¿el honor del Primer Ministro o la vida de una princesa?

La historia se centra en el secuestro de una joven integrante de la nobleza británica y la única condición para liberarla es que el Primer Ministro (ficticio) tenga relaciones sexuales con un cerdo y el acto sea transmitido en vivo por cadena nacional.

El video donde se hace esta petición es publicado en YouTube y a pesar de haber sido bloqueado, tras permanecer únicamente 9 minutos en la plataforma, ha sido descargado y difundido por un gran número de usuarios convirtiéndose en trending topic de Twitter.

En un primer momento, los medios de comunicación tradicionales deciden no compartir con sus audiencias la información relacionada con el secuestro analizando la mejor forma de enfocar la noticia apelando a los procesos editoriales y la ética. Esta última es un requisito transversal para el periodismo y una herramienta fundamental para la vida democrática de cualquier sociedad.

Sin embargo, eso no impide la difusión de la noticia en redes sociales, plataformas digitales y otros medios de comunicación que priorizan la instantaneidad componiendo sus discursos en el menor tiempo posible con el objetivo de que el medio no quede desfasado frente al resto de fuentes de información que subsisten en la web.

Esto marca una diferencia y muchas veces compromete a los modelos de negocio de contenido viral y clickbait. Pero el periodismo en tiempos de crisis es ese faro que ilumina hacia dónde ir y al estar bombardeados de millones datos sin verificación, un ejercicio profesional, prioriza el servicio real a la ciudadanía ayudándoles a entender por qué les pasa lo que les pasa.

Mario Vargas Llosa define a la civilización de nuestro tiempo, como la “sociedad del espectáculo”, porque el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento y este argumento también es motivo de crítica en el episodio de Black Mirror.

Los ciudadanos comienzan a ejercer una fuerte presión sobre lo que debería hacer o no su gobernante, utilizando sus redes sociales para verter sus opiniones. Todo se convierte en un espectáculo. El hecho principal (el secuestro) pasa a un segundo plano y se olvida que la vida de una persona está en peligro.

Después de explotar todas las posibles soluciones, el Primer Ministro accede. Tras revisar las encuestas online realizadas por los medios, los intentos fallidos del rescate y varias consultas a su equipo de trabajo, se da cuenta que, si quiere conservar su popularidad y aceptación, está obligado a dar una atención primordial a la opinión pública, que importa más que sus valores, convicciones y principios.

El tiempo sigue corriendo y mientras se acerca el plazo para que se consume el acto, los feeds en redes sociales se llenan de comentarios y bromas denigrantes que trascienden a la esfera privada, mostrando una completa falta de empatía.

En un estado de profunda vulnerabilidad, es justamente la esposa del político quien le comenta que los seres humanos “amamos la humillación” y que haga lo que haga, “ya todo está sucediendo en la cabeza de las personas”.

En cada escena de esta historia, el contenido que se genera en internet juega un papel fundamental. Lo observamos en la banalización del crimen, la generalización de la frivolidad, y en el campo específico de la información en la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la espectacularización y el escándalo.

Al momento de la culminación de la petición, la posición del público cambia drásticamente. La princesa es liberada 30 minutos antes, pero este hecho pasa desapercibido porque todos estaban pendientes de los preparativos de la emisión frente a las pantallas de sus televisores.

Posteriormente se descubre que el responsable del secuestro es un artista que planeó todo con la intención de denunciar cómo una persona puede ser capaz de realizar un acto a la vista de todos mientras se ve "la televisión" sin prestar atención al mundo real.

Irónicamente, un año después de la emisión, la imagen política del Primer Ministro permanece intacta e incluso suma más popularidad. La princesa está esperando a su primogénito y los ciudadanos parecen haber olvidado la grotesca petición que conmocionó a un país entero.

La civilización del espectáculo es cruel. Los espectadores no tienen memoria, ni remordimientos ni conciencia. Se atienen a la novedad, no importa cuál sea con tal de que sea nueva. Olvidan pronto y poco a poco normalizan todo tipo de violencia.

Sin duda, la prueba no era para el Primer Ministro, sino para la sociedad. El político prácticamente no tenía muchas opciones, y se vio obligado a realizar la petición del secuestrador para salvar la vida de la princesa, pero quienes tenían completa libertad de ver o apagar el televisor fueron los millones de personas que se mantuvieron expectantes del suceso, son ellos quienes vieron voluntariamente la transmisión.




 
 
 

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